El pasado mes de junio, la revista Sofilm publicó en su número 76 una entrevista con Jaime Gonzalo, autor de The Stooges: Combustión espontánea, motivada por la nueva edición del libro. Reproducimos ahora dicho cuestionario con permiso del firmante, José Luis Torrelavega:
The Stooges, Combustión espontánea
UN LIBRO DE Jaime Gonzalo
El caso de Jaime Gonzalo, al igual que el de Antón López, su editor en Libros Crudos, es particular y meritorio, y no solo en nuestro idioma, pues el asunto no se circunscribe al mercado español: el abuso de libros con coartada rock, intercambiables y adocenados, rematados a veces con traducciones deplorables, constituye un fenómeno editorial tan llamativo como decepcionante. Por fortuna, estamos ante uno de esos autores que han abordado la música popular moderna (además de variados fenómenos sociales y políticos adyacentes, en los tres volúmenes de Poder freak o en Mercancía del horror; o el análisis de asuntos locales en libros sobre La Banda Trapera del Río o el rock experimental en la Barcelona de los años setenta), uniendo rigor analítico, una subjetividad que a veces bordea lo descarnado, exigencia literaria y falta de complacencia.
A propósito de la primera, lujosa y ahora muy codiciada edición de The Stooges, Combustión espontánea (Discos Crudos, 2008; algo menos de trescientas páginas), el recientemente desaparecido Oriol Llopis escribió que Jaime Gonzalo «… no solo hace revivir la historia, sino que la deja en carne viva y de paso le insufla un plus, un extra sumamente valioso; el de su estilo literario, que se acopla a la temática como (…) un guante de látex bañado en talco». Las mismas palabras encajarían, como ese guante, en la segunda edición de esta obra señera, que es, de hecho, un nuevo libro de más de setecientas páginas. No sorprenderá este regreso a los de Detroit: una vocación de aprendizaje y precisión caracteriza la labor de este escritor y analista, lo que en parte explica que uno de sus libros más importantes vuelva a la vida para dar cuenta, y no solo eso, de los últimos años de la banda.
¿Cómo presentarías a los Stooges a aquellos que no los conocen, o que tal vez los relacionan tan solo con la personalidad y celebridad de Iggy Pop? ¿Por qué un libro sobre los Stooges entonces y por qué, de nuevo, pasados unos años?
¿De verdad creemos que hay alguien que a estas alturas todavía no sepa quiénes fueron The Stooges? Diría que, en su caso, las presentaciones huelgan. Forman parte de un acerbo transgeneracional. Aunque sea de oídas, todos saben de esa banda, sea por sí misma o a través de Iggy. Suponiendo que no fuese así: imposible definirlos o describirlos, afortunadamente, y renuncio a los tópicos. Dejémoslo en que son como un pecado original, una primera infección venérea, la pérdida de la virginidad o una circuncisión sin anestesia. En definitiva, una experiencia que marca de por vida, para bien y para mal. A mi entender, ni en inglés ni en castellano existía el libro sobre los Stooges que a mí me hubiera gustado leer. Estaba cansado de trabajos mediocres e imprecisos, y sobre todo serviciales para con una leyenda que exigía a gritos ser desmitificada. La primera edición de Combustión espontánea se había quedado obsoleta y desfasada, y cuando se publicó, a la banda aún le quedaba algún tiempo de vida. La segunda edición repara todo eso. De hecho, podríamos decir que es un libro distinto. En el lapso entre la primera y segunda edición salió a la luz mucha información inédita que nos ayudó a atar muchos cabos que habían quedado mal anudados. Era una cuestión de mejorar el contenido, de aquilatarlo. La nueva edición aporta pues datos desconocidos que alteran sustancialmente lo que hasta ahora sabíamos. También, muchos lectores que se habían quedado sin la primera edición nos reclamaban una segunda; imposible decepcionarlos. A mí me ha aportado menos horas muertas, y sobre todo, satisfacer el prurito de ser lo más completista posible y fiel a la verdad. Esto último nada sencillo de conseguir, por cierto. Iggy es un sublime embustero.
Ante una obra de esta exigencia y ambición, me pregunto: ¿es el proceso de escritura algo natural, o parte de un medido proceso de construcción, o por qué no decirlo, sufrimiento?
No suelo autoanalizarme. Lo único que puedo decir al respecto es que el objetivo de cualquiera de mis libros es hacerlo lo mejor posible y con toda la sinceridad de la que soy capaz. De lo contrario, no vale la pena alimentar el trastorno obsesivo compulsivo. El proceso de la escritura es lo único que me arranca de la infelicidad y el vacío. Le da sentido a una vida que no tiene ningún sentido. ¿Enfermizo? Probablemente. El sufrimiento que implica tiene algo de masoquista, pero es tan gratificante que he acabado aprendiendo a convivir con el tormento. Hay mucho trabajo detrás. Es la única manera de alcanzar un objetivo, trabajando duro. Culminar la labor no es placentero. Por un lado te deja un regusto a hartazgo, a saturación, pero por otro alienta un síndrome de abstinencia que nunca serás capaz de satisfacer. Con algo hemos de engañarnos.
¿Qué modelos, nacionales o foráneos, tuviste o tienes en esto tan poblado y normalmente poco enjundioso de la literatura rock, o simplemente en libros sobre música popular?
Hace siglos que no leo literatura rock, si es que alguna queda. De nacionales, el único maestro que reconozco es Diego Manrique. En su día fue una enorme inspiración. No me siento cerca de nadie, ni siquiera de mí mismo.
¿Ha cambiado tu relación con la banda, para mejor o para peor, y más allá de lo que pueda deducirse entre líneas, en estos años de trabajo y profundización?
Ha cambiado mi relación con la vida y conmigo mismo. Y los Stooges son secundarios en ese esquema.
Stooges fueron el objeto de una película de Jim Jarmusch que, en mi opinión, tuvo la característica de no funcionar ni siquiera como fuente de divulgación: tan vulgar e intercambiable como pueda serlo el común de un género, el documental rock, preso de fórmulas. ¿Era lo que esperabas, pese al prestigio del cineasta? ¿Pudo tener algo que ver con ese resultado la escasez de materiales filmados de la banda?
Era lo que esperaba, desde luego: una gigantesca felación a la vanidad de Iggy y el servilismo de Jarmusch. El tono del documental solo tiene que ver con el autoengaño… de nada habría servido que hubiera más filmaciones de la época. Para hacer una hagiografía barata, mejor no haber hecho nada.